narrativa










Formas de decir Lanús

Hay veces en que las palabras recuperan la intensidad de lo vivido.La literatura aventaja toda enseñanza intelectual y toda verdad racional porque el escritor tiene que encontrar las palabras que sean su salvación. No se trata simplemente de referir sucesos fechados sino de entremezclar remembranzas,impresiones, estados de ánimo, gestos, blasones, conexiones íntimas.
De diferentes maneras, las dimensiones del tiempo y del recuerdo gravitan en estas seis postales sobre Lanús. Sebastián Pandolfelli reconstruye una alcurnia familiar donde la transformación del barrio y del club social de su niñez y sus amores es también la historia de su propio derrotero y su linaje. Patricia Bouzas plantea la imposibilidad de Lanús y, en el catastro de sus recuerdos, el barrio evoca preguntas, sospechas, asertos, pero también quejas solapadas, alegrías y reclamos diluidos en los retazos biográficos de un intendente.Lanús es el escenario de fondo en el que Peter Pank rememora la historia de un romance clandestino con tintes de marginalidad en los que la ternura convive con lo salvaje. Edgardo Scott enumera un Lanús mítico, adulterado y ucrónico, a la vez que revisita la historia del municipio en un caleidoscopio de posibilidades hilvanadas por un inventario de escenas e imágenes que se mantienen intactas en la memoria.En la luminosa estampa de José Fraguas,el barrio de Lanús espretexto para engarzar sueños y anécdotas en un castellanoperfecto,es una novela de iniciación de la miradaen miniatura y un tratado sobre el barrio de la infancia. En la semblanza de Jorge Quiroga, Lanús abre una grieta en la que el pasado se vuelve irreal y, en una insistencia de nombres preciados, el barrioaparece,fantasma nostálgico que se pasea y se instala en el presente, como un rapto en la vigilia.
La noción de lugar entendido como un espacio atravesado por las experiencias personales recorre estos croquis. Son diferentes formas de decir Lanús, tantas como sensibilidades la convocan. Es imposible,al leerlos, no volver a sentirla emoción y el impacto de las vidas pasadas, recobradas por la escritura.
Javier Fernández











Imagino a lontananza...

Imagino a lontananza una vasta extensión lindera a las madrigueras y limitando con los ombúes de la patria linda (1). Llamarémosla provisoriamente, a falta de una expresión más atinada que esta sesera amilanada (2) no se resuelve a encontrar, “Campo intelectual”. La dicha expresión viene a definir un sitio poblado de promisorio sembradío. No lo será de rabanitos como el lector supusiese, sino de pequeñas cabecillas anhelantes de gloria, del tamaño y hasta por qué no del coeficiente del rábano. Las pequeñas cabezas humanas repetirán un recurso: el fatal adornamiento de las mismas con anteojillos, pequeños, más grandes, algunos coloridos. La inteligencia podrá faltarles, más no el lente recursivo. Los rostros, a pesar del rictus de preocupación que también se repite, parecen regordetes, bien alimentados. Los  rostros que portan las cabezas que portan estos seres misteriosos, iridiscentes, repiten también una actitud sabida: conversan, discuten ferreamente, defienden opiniones que no están muy seguros de entender, agregan comentarios innecesarios a lo que dicen otros rostros de otras cabezas de otros seres humanitos. Se empeñan en ganar una batalla (3) perdida ha tiempo. No pocos aparecen al revés, es decir con el cogote (4) hacia arriba, lo que en principio provoca una revulsiva  repulsión (5). Los rábanoscabezas (6) tuercen a veces su postura cómoda, incontaminada de preocupaciones materiales y arriegan en una sola frase toda una vida de comodidades familiares. Es el momento que podríamos definir como de necesaria distancia. La calaverada, perdóneseme la expresión poco feliz, no dura mucho. Los humanitos empiezan a añorar las desahogos anteriores y retoman sus  opiniones conservadoras y reaccionarias.
Hay otros que han nacido arriesgados y pocos favorecidos por la fortuna. Esos figuran en un sector lejano (7) ni siquiera asequible a las pesadillas y duermevelas de los primeros, quienes por otra parte, fundan sus sueños, no en conquistar con su verdad el mundo sino en viajes a comarcas exóticas como premio a sus tribuladas y fingidas preocupaciones (8)

1 Nuestro hombre es un fruto, como su obra, de las latas siestas pampeanas. Es de prever, entonces, que construya su prosa en el interior del campo semántico de lo telúrico.
2 Un exceso de humildad que su epígono, el francés Pierre Bourdieu, no pudo plagiar con tantos beneficios como los que le trajeran el concepto de campo intelectual, que denunciamos, no es de su autoría.
3 Otra de las palabras claves que recorren la obra de P.B. aparece más de 16 veces en “Campo intelectual y proyecto creador”( 19..)  y alrededor de 750 en Las Reglas del Arte
4 La metáfora rabanil ilustra una zona de las consideraciones del olvidado profesor. La palabra “cogote”  introduce una metonimia de orden animal que, confesamos, no le cae nada mal a los sujetos a los que está haciendo referencia. Esta afirmación de las compiladores que puede resultar al lector un tanto agresiva toma su valor pleno cuando constatamos una y otra vez las injusticias que se han cometido con la totalidad de la obra de CO (QEPD)
5 En términos del frances ingrato: “Intelectuales y artistas en una nueva posición...” (Bourdieu, 19…)
6 Un neologismo bellísimo, indudablemente.

7  Las preocupaciones sociales del maestro acerca de lo que hoy, moderna y ligeramente, llamamos “intelectuales marginales” tienen en este párrafo uno de los tonos más altos de toda la obra. Una verdadera denuncia de las condiciones de producción de los que no asoman al arte desde una clase acomodada. Una nueva lección de ética de CO
8 La percepción, por parte del Maestro,de la ficción acerca de las preocupaciones sociales que  muchos intelectuales han contribuido a naturalizar, nos parece de una lucidez inconsolable.










Rodrigo llegó al colegio en sexto grado. Lo presentó la señorita Ofelia, la directora, en la primera hora de clase y nos contó que venía de muy lejos, de una ciudad que se llamaba Ushuaia, aunque había nacido en capital. Inmediatamente me pregunté si no conocería a mi tía, la de Bahía Blanca, que también vivía súper lejos. La directora también nos contó que se incorporaba Pisco, su único hermano, en cuarto año del secundario “un gran deportista”. Ofelia se apoyaba sobre los hombros de Rodrigo. “Espero que sin demoras lo traten como a un amigo” nos sugirió antes de irse del aula. Rodrigo estaba con el uniforme nuevo y los zapatos lustrados. Tenía la boca cerrada y apretaba los labios con fuerza. Miraba el techo. También miré por un instante para arriba. Lo único que vi fue el ventilador. El pelo, rubio, lo tenía cortado igual que yo o sea, como Carlitos Balá. Noté que nos parecíamos pero enseguida recordé mi cabello oscuro y mis lentes. Desde tercer grado, debido a una leve miopía, tuve que usarlos de manera permanente. Lo seguí con la mirada hasta que se sentó en un banco libre y sacó de su portafolio la cartuchera de la Pantera Rosa. De pronto me dieron ganas de tener una igual. Con el tiempo Rodrigo se fue haciendo notar. Los maestros destacaban su inteligencia y sensibilidad. Los varones del curso, en cambio, la facilidad con la que se acercaba a Vanina cuyas tetas crecían como masa con demasiada levadura.
Rodrigo cambió de look cuando ingresó al secundario. Volvió de las vacaciones renovadísimo, tal vez porque en ese verano su familia sufrió varias transformaciones. Se acababan de mudar a una casa más chica aunque en el mismo barrio. Supongo que ya se habría acostumbrado a trasladarse. Su hermano Pisco había tenido que cambiarse de colegio y sus padres se estaban divorciando. Me enteré todo por Vanina. Rodrigo le contó que su papá se había ido de la casa para siempre. “Encima se llevó el coche” me aclaró Vanina. Desde entonces Rodrigo se produjo más y empezó a desinhibirse sin sentirse juzgado. Vanina también me comentó sus futuros planes. “Se quiere poner un arito acá” y se señaló la ceja. “¡Por Dios! ¡Lo van a expulsar!” exclamé preocupado. Rodrigo comenzó a demostrar sus simpatías por las heroínas de algunas telenovelas y hasta se lo vio jugar al elástico con las chicas de séptimo. Sus notas ascendieron y llegó a ser escolta de la bandera. Pero a medida que afirmaba su nueva personalidad, más se aislaba. Logró evadir la atención de mis compañeros que estaban insoportables con los apodos y las cargadas. Sólo una vez, para referirse a él, escuché que dijeron “el rarito”.
Una tarde Pisco, su hermano, entró al aula y le trajo el terrarium que había que hacer para Naturales. Era una pecera de cristal enorme y pesadísima. “Lo ayudé un poquito” le confesó a la señorita Irene que estaba fascinada. Era una tarea que debía haber realizado Rodrigo solamente. A mí no me había ayudado nadie. Y se notaba: el frasco que había usado no cerraba bien y lo único que logré fueron unos yuyos moribundos. Ellos le habían puesto miles de fantasías. Entre las plantas habitaban los muñequitos que venían de regalo en unos chocolatines. Por fuera los vidrios estaban decorados con calcomanías que coleccionábamos para jugar con figuritas. La maestra los felicitó y nos pidió un fuerte aplauso para los dos. Obedecí eufórico.






Tortuga
No fue el método científico el que le proveyó la certeza de haber tenido tortuga. No hubo testigos que pudieran confirmar el evento ni foto que la mereciera. Pudo haber tortuga, eso todavía no se descarta, pero con testigos olvidadizos y sin foto o habría que mirar negativos que es tan aburrido. A pesar de la falta palmaria de algo que confirmara la presunción, le pasaba que, a veces, una reminiscencia fugaz la llevaba rectilíneamente a la infancia: una infancia con calles arboladas, familia armónica y tortuga.
¿Lo único era la evocación? ¿Eso habilita a lanzar en reunión de amigos una cláusula del tipo: de chica, tuve una? No podemos asegurarlo. Como nadie venía a dar una mano que le agenciara la convalidación, optó por atenerse no tanto a la evidencia directa y llana (de la que tenia más bien poco que esperar) como a la exploración de rasgos. A la madre, por ejemplo, se le iluminó la cara durante segundos frente a la pregunta, los segundos necesarios para que volviera a apagarse en un tímido no me acuerdo. La tía, puesta en la misma situación discursiva, dejó de desenroscar un frasco de pastillas para dormir, quedó congelada y cuando retomó el hilo fue para hablar de otra cosa: el tiempo, el mantel de Mirtha Legrand, la chacarera. No era que quisiera a cualquier precio que le hablaran de la supuesta, falsable tortuga, lo que le llamaba profundamente la atención era que, las que podían testificar, quedaran así de suspendidas, así entre dos mundos, tal como ella se había aturdido a la vista de tortuga ajena.
Pudo haber tortuga, pero tendría entonces algo del orden de la lechuga, de la callosidad, de la convivencia con la prehistoria, cosas más firmes que el limbo de un par de segundos. Hasta donde le daba el cuero para seguir una pesquisa de remendones y añadidos, los testimonios en segunda indagatoria la llevaron a la coincidencia de una probable semana (siete días) en que la tortuga. Claro, pocas personas se conformarían con solo un dato temporal, si vamos al caso, pero era mucho más que una negativa rotunda con la que nadie la desahuciaba. La madre clausuró la semana potencial con un comentario que hablaba poco de la tortuga y mucho del tremendo talento con que la mujer justificaba los fenómenos más ordinarios: creyó (o armó para convencer) que la chica tuvo una, una semana o menos y que después se le escapó por la puerta del negocio (no podemos detenernos a esta altura en la grosera falta de sutileza que supone el motivo de la tortuga que se escapa; ella hizo a un lado el disparate y siguió). La tía, en cambio, tenía un plafón superestructural más acentuado -nosotros acá respetamos todas las opiniones-, los asuntos la ligaban con las instituciones de cualquier clase, para ella, el animalito provino de la escuela para que la cuidara durante una semana o diez días.
Como es de suponer, la cosa no avanzó mucho a pesar de que está dicho en algún lugar que cuando una persona se sumerge en su pasado siempre encuentra alguna suerte de respuesta. Dejó para ocupación de la vejez el buscar negativos porque la aburrían y se apoltronó por la pendiente del vivir la vida sin lograr reconstruir un carajo.






La conversación avanzaba y los invitados cotejaban distintas versiones de traducción, hasta que en un momento El Joven Filósofo inquirió: y esto “flan in the face" “flan in the face “qué hacemos con esta frase, es incomprensible. Alguno de ustedes pudo traducirla ¿? Yo lo estuve intentando pero es imposible, es el colmo, no se entiende nada,  la verdad es que me cansó,  este Yorke escribe de un modo muy raro.  
Entonces Lady Newell comenzó a exponerles lo que había podido investigar al respecto. En alguna entrevista Yorke habría explicado que la expresión “flan in the face“ hace referencia a un episodio protagonizado por un amigo suyo. Este amigo globalofóbico pertenece a una guerrilla culinaria dedicada a atacar a los poderosos lanzándoles  tortazos en la cara.
            Tal fue el caso de Clare Short, una ministra del gobierno de  Blair. Aparentemente el bochornoso incidente habría ocurrido en la Universidad de Bangor en marzo del 2001. Mientras la ministra daba una conferencia sobre las ventajas comerciales de la globalización, una brigada gastronómica integrada por tres activistas la atacó a tortazos, logrando impactar directamente en medio de la cara y arruinándole tanto el vestido como el acto académico.
            Pero ¿cómo? ¿no entiendo? Se cagan a pastelazos ¿igual que los tres chiflados?  No, no,  my lady, no me digas que así hacen los escraches los ingleses! Son realmente increíbles, se reía. El Joven Filósofo mientras se servía una porción de cheese cake. Bueno ustedes los argentinos reparten choripanes verdad,  replicó ella de mala gana.
Al tiempo que El Traductor Borgeano sostenía: ahora empieza a tomar sentido la expresión “flan in the face“. Entonces, si les parece, podríamos pensar que se trata de una especie de slapstick comedy, digo, ese género propio de la comedia británica popularizado por el cine mudo y que consiste en provocar risa mediante golpes, cachetazos, caídas, tortazos  y todo tipo de torpezas.

Sí es manos o menos así…pero es importante destacar – subrayó Lady Newell - que el sabroso proyectil fue cocinado por un grupo de panaderos revolucionarios. Además, estaba elaborado a base de bananas compradas en la feria local  y la receta satisfacía todas las normas de calidad ecológicas. Totalmente exenta de harinas transgénicas o edulcorantes químicos; quiero decir, el pastel de banana en cuestión, era absolutamente orgánico y producido en la región de Gales, defendiendo de esta forma el comercio y la producción agrícola local.





Pocas cosas nos gustan tanto a Lady Newell y a mí como las cenas entre amigos. Ya sea en mi patio, bajo el resplandor de la farola china, entre bananeros exuberantes y potus gigantes. Siempre cerca de la fuente donde un vecino, durante una noche tóxica, escuchó a la sirenita, escondida en el caracol de Capri.
Pero también son maravillosas las cenas en las casas de los amigos en común, sobre todo durante el verano porteño: la litoraleña terraza del DJ Victoriano; la vista metropolitana desde el balcón de Supercool, avistando el eclipse total de luna entre las cúpulas de Batman; el acogedor patio de Caperucita a la luz de las velas rojas o en el exclusivo jardín inglés de Lady Newell, en la Embajada. 
Y qué decir de las terrazas  y ambient de los resto en Palermo: la modernidad cosmopolita de Sudestada; la sofisticación psi del cheff de Freud & Father; el estilo cutre but trendy del Bar 6 y el nuevo hallazgo, bajo el puente,  casi oculta,  la cocina con mesas, en Sifones y Dragones.
Al ritmo de la charla, unas cenas devienen banquetes platónicos. Otras sumergidas en los deleites culinarios sobresalen por los sabores del menú y las texturas de los vinos. Algunas se orientan hacia la conquista de los goces y las sombras ante la llega de inesperados y exquisitos invitados. Pero todas requieren de un modo imprescindible el envolvente clima de la música.
Las otras noches, en la terraza victoriana, al amparo del clima benigno de este enero, nos juntamos para compartir un suculento asado con parrillada de vegetales incluido. Mientras el asador cuidaba que las crujientes alitas de pollo no se quemaran y las hermanitas alemanas relataban sus diabólicas vacaciones en el Este, Lady Newell charlaba amenamente con el  Roger Dean´s disciple acerca de la influencia de la música de Yes. 



Lady Newell & Friends publicó además:

Traduciendo a Radiohead,  México, Stonehenge, 2009







A Manuela no le gustaba para nada el invierno. Siempre se quejaba de su salud, especialmente de sus piernas y de lo incómodos que les resultaban los zapatos.
Que Dios me ponga como antes para poder cuidar a mis bichos—pedía.
La casa rectoral en la que vivíamos era de dos plantas. En la parte posterior de la planta baja estaba la corte. Allí vivía encerrada una vaca a la que Manuela no dejaba salir por temor a que le pasara algo. La ordeñaba dos veces al día y yo tomaba la leche fresca. Le dije que me encantaba y me sugirió entonces que tuviera una vaca en mi casa de Buenos Aires.
Supe que en todas las casas parroquiales en las que vivió junto a mi tío nunca le faltó su vaca. Y siempre la crió dentro de la corte. Sin embargo, más de una vez tuvo problemas.
Todas las mañanas iba a ver si la vaca había parido pero esa mañana me entretuve regando las cebollas. Cuando fui a la corte vi que el becerro tenía la boca con sangre. Los puercos le habían comido más de la mitad de la lengua más la natura a la vaca. El veterinario me dio unos polvos para lavarle la herida tres veces al día.
En otra ocasión, la vaca y la ternera aprovecharon el momento en que Manuela les llevaba agua para escapar. Llegaron hasta la avenida. Unos guardias vinieron a retarla. Le dijeron:
Señora, no ve que puede ocurrir un accidente.
Accidente ya lo hubo que la vaca y la becerra me tiraron al suelo y pasaron por encima de mí.
Les explicó que cuando estaba abriendo la puerta para dejarles agua, se asomaron y sin perder un segundo salieron decididas, la vaca primero y la becerra detrás.
Ni miraron el baldedijo Manuela.
Qué horror dijeron los guardias


José Fraguas publicó también:

Señora grande, Casa Nova, 2011








Victoria. Nos decimos tantas cosas lindas vos y yo. Una de las últimas fue “te voy a escribir una novela”. Eso nos da mucha risa a los dos. Me prestaste Habrá que poner la luz de Damián Ríos, Eloisa Cartonera, ahí el chico le dice a su chica: “es la última vez que te escribo una novela”, y yo te digo que es la primera vez que lo hago, todavía no se si va a ser la última. Pero tengo un plan, mi novela es una carta de amor. Si todo va bien, Vicky, no puede fallar. Pero, varias cosas: tengo pensado escribirla toda entera sentado acá, en el living de mi casa; igualmente no descarto la posibilidad de escribir algunas partes en mi habitación, pero voy a tratar de hacerlo aquí, porque por ahí que llamás y voy a estar mejor preparado para atenderte más rápido que un bombero.

Me tendría que hacer el remedio para el asma, pero no quiero despegarme del teclado. ¿Viste la cara que pongo cuando expiro el aire? Me gusta poner esa cara, sobre todo cuando voy solo en el colectivo o cuando vos me mirás. Es un loquito que me gusta hacer. Ahora no tengo un ataque de asma, así que si no lo hago no pasa nada. Lo hago más tarde y listo, cuando termine la primera escena de mi novela de amor, la primera escena de esta carta que te escribo.
Y sí; andá haciéndote la idea de que esta carta va a ir de un lado para otro, porque la verdad es que pienso disparar para donde se me pinte. Por eso mi novela (la tuya, mi amor) se llama “preguntale”. Es únicamente el resultado de escribirte una carta completamente al natu. A vos Victoria Turman, a nadie más que a vos le escribo esta novela. Que nadie se confunda.


Acerca de Preguntale por Jonathan Rovner (palabras leídas durante la presentación de la novela)

No hay que aburrir. Resulta difícil evitarlo, porque las presentaciones ya son así y tampoco tiene mucho sentido revelarse. Ya se ha intentado muchas veces, casi siempre sin éxito. Lo mejor que puedo hacer en ese sentido es ser breve y por lo mismo lo primero que quiero decir a favor de Preguntale es que se trata de un relato muy divertido y de rápida lectura. Un relato ágil, contado por un narrador apasionado y obsesivo, muy personal y muy gracioso.
Según pareciera indicar el título, es un relato escrito en segunda persona. Y aunque el título esconde una trampa, Preguntale es, de hecho, un relato con destinatario manifiesto. Una novela escrita para una sola persona, o sea: una especie de carta novelada o novela epistolar. Novela en forma de carta, dirigida a uno de los personajes: Victoria, el objeto amoroso del narrador. En el juego de esas dos categorías, novela y carta, una ficcional y narrativa, la otra personal y comunicativa, está Preguntale, que tiene, además, algo de novela en clave, y algo de diario íntimo.
Básicamente, Preguntale tiene dos tipos de lector. Uno, el iniciado, que sabe de qué y de quién está hablando el (narraDorr) de la novela y otro, el no iniciado, que posiblemente preguntale. Para el lector que entiende, esta novela será un simpático anecdotario, que revive algunos pasajes de su propia vida; fiestas, eventos y espacios, desde la perspectiva de un recientemente enamorado joven de vida bohemia, especie de narrador navokobiano, en todo caso, un poco menos enroscado y más pueril, pero definitivamente mucho más moderno que el perverso Humber Humbert.
Vale la pena echarle un vistazo, como toda novela es una ventana a la mirada que su autor tiene sobre el mundo. En este caso una mirada irónica y entusiasta al mismo tiempo, propia de alguien que sin dejar de ser pensante, está enamorado hasta la negación, consciente de su terquedad y contento con ella. Personalmente me siento muy identificado con muchas de las intensidades que padece este narrador, quizás haya en eso algo de documento de época, no lo sé, la historia y los demás lectores decidirán.
Por último quiero avisar que hay en la novela un puñado de expresiones cuyo significado será un desafío para la inteligencia del lector no iniciado. Tener el costicismo, equis enorme, hacer un teresa. Para terminar, voy a aclarar una de estas expresiones, ya que es, precisamente, el título de la novela. Porque, aparentemente, preguntale es una orden. Dicho así solo, preguntale, establecería el sobreentendido de que hay dos cosas que nosotros sí sabemos: ¿qué cosa preguntar? y ¿a quién preguntarle?
Pero, no. No es eso, poco tiene que ver preguntale con la orden de preguntarle algo a alguien. Si se me permite la incursión en un universo completamente ajeno al de la novela, preguntale es la inversión perfecta de la frase que utilizaba el relator de fútbol Víctor H. Morales, para referirse a una jugada memorable. Víctor Hugo decía:“no quieran saber, no le pregunten a nadie”.
Bueno, preguntale significa lo contrario. No es una orden, es casi una interjección histriónica, que se usa en ciertos ámbitos para señalar el mal, lo incomprensible o simplemente aquello de lo que mejor no entrar en detalles. Como la expresión preguntale, entre lo oral y lo moral, está el juego que mejor juega esta novela. En ese sentido hay que decir, sin temor a contradecirse, que Preguntale no es para nada preguntale.



Mariano Dorr publicó también: 

Musulmanes, Casa Nova, 2009









Recibí las sonrisas de la tripulación, y me ubiqué en mi asiento. En la guantera estaban los objetos triviales de siempre: una revista de publicidades de objetos tan inútiles como caros, un sobre vacío, unos folletos de instrucciones sobre qué hacer en el caso que el avión cayera. Preferí hojear ese folleto y no ver al hombre que concretamente nos estaba dando las instrucciones, haciendo gestos de mimo mientras la voz de otra persona explicaba esos movimientos. En el folleto se veían dibujos un poco anticuados: una mujer con aspecto de ama de casa norteamericana de los años cincuenta toma de su asiento el cojín ("El cojín de su asiento sirve de salvavidas", decía una inscripción), sale por la puerta de emergencia con el cojín, camina con el cojín sobre el ala, salta al agua, flota tranquila agarrada al cojín. Me gusta leer el folleto como si se tratara no de concretas instrucciones sino de una historieta en que se narra la historia de una mujer segura y dueña de sí que observa cómo el avión cae y hace metódicamente lo que debe hacer hasta quedar flotando en un tranquilo océano: la contracara fantástica de una historia real en que un avión cae al agua y sólo hay un breve, limitado momento de pánico y una larga muerte. 



Eduardo Muslip publicó también:

Avión, Blatt & Ríos, 2015