poesía



























(ahora sabemos quién es, habla) veintinueve jóvenes niños y dos empleados de la antigua escuela para varones Dozier, fueron encontrados cavando, justo donde indicaban las cruces rojas y amarillas del radar prospectivo. Al reformatorio Dozier iban los jóvenes niños de cinco, trece, siete, diez, dieciocho, con condenas penales, robo, lesiones, los que no iban a la escuela, los tontos, los huérfanos.

(excavador) (habla) Estas cosas son así (suceden) indescifrables.

Eran enormes las lavanderas, toneladas decenas de ropa lavaban las lavanderas cuando los techos azules alféizares rojos posaban los ojos de los jóvenes niños donde descansaban sus pasos luego de la faena y aspiraban el jabón, el único olor a felicidad que conocían. Y pasaron unos días, pasarán unos meses, los jóvenes niños dejarán de apoyarse sobre el alféizar ancho rojo morado en la ventana donde miran la bruma fosca oscura del mar agrio que nunca tocarán.





Surfer
(es tan difícil ser skater)

Entra el gris
traje de teóricos de gnoseología:
Walton monta las olas

El segundo beso para mí
la primer cursada
con María

Por cuatro horas seguidas
en el día de los enamorados del año anterior:
AQUÍ SE DAN CLASES DE SURF.

XVI.

To the brave man of Connecticut
That trespasses our city in the ferry
And take our women
And writes old fashion graffiti’s on our walls
I want to tell you
That in my present address
The life gave me
I don’t hate you anymore

Al hombre valiente de Connecticut
Que viola nuestra ciudad en el transbordador
Y toma a nuestras mujeres
Y escribe en nuestras paredes grafitis a la vieja manera
Quiero decirte
Que en la actual dirección
Que me ha dado la vida
No los odio más




una flor
muy
muy
amarillita
me estira los ojos
amarillosamente

de
asombro




11.

bienvenidos: estos son mis huesos.
                           Se ruega no tocar

19.

olas, soy la portavoz de lo que fui y
voy a subirme al borde de esta última palabra
para dejarme caer al verso siguiente, ciega profundidad.
Soy tu parte menesterosa, tu cuerpo arrastrado
por el tiempo, ahora dormido para siempre como un dios. 
Tu piel se contrae y violáceas manchas como hojas
te van cubriendo hasta confundirte conmigo

34. Cuento de invierno

Estaba sentada -y en extremo aburrida-
al costado de mi tumba, cuando el cortejo
me quitó de mi adormecimiento.
“Usted, jovencita, sí usted la que resplandece.
Dedique un pensamiento a nuestra muerta
y beba en su honor con nosotros”
Dijo el de la nariz como un gancho.

                      Juan Rearte publicó también: 




1

y
si todo este dolor
no fuera más que
un halar      

en

2

como una joya,
deslumbrante,
entre sus piernas
la mísera sangre

11

cegador, el
deseo,
su belleza toda
obscurece



               Jorge A. Flores también publicó:






Pero  justito antes
de la cena,
el niño
arremete
y le pide a su madre
-de sospechas hastiada-
que le lave el pelo
con sedal con ceramidas.

(arriba la luna,
en un lecho de brea
desnuda
sus cráteres)

Entonces,
parsimoniosa,
la madre ejecuta
                          ese rito tenaz:
le masajea suave la melena,
le observa el arrebol,
y le toma  de  a uno,
los mechones
como si enjuagara
una ilusión,
también ella
mojada
o ya de piedra.

Walter Romero publicó también:



Rompémelo cuando estés despierto
Bañame en sangre y espermas
Contaminame con tu saliva enferma
Y cuando el vino arda en tus venas
Sé el verdugo entre mis piernas
Llevame a donde las manos están atadas
Jurame descuartizada




Esto ofrezco: un traje de enfermera
cofia de novia, veneno para ratas
sangre joven que no cura, ella
flaca y enferma, la señora ya no come
no pasa bocado, algo
el deseo, acariciarla
crece de mis manos
gangrena
ella siempre sabe todo, dice
hay que amputarlas, sé buena
tesoro acercame
las tijeras más grandes.







Trapecistas entre botellas vacías

¿Quién habrá fortalecido los pliegues del silencio en la tarde que taja?

Rutas de cobre, caminos ácidos donde erra el yuyo



Viajo parada en una piedra que el tiempo no puede dañar

Ríe el pájaro

Es mi silencio de perro

fundido en el paisaje



La piedra es el monstruo sin la vida

es la flor de la retama vista por las raíces,
vista por el árbol.

El poeta hace carne con los cerros,
en su antigua voz de piedra
como campamentos va dejando palabras
ocultas entre las rocas calladas
en la invertida copa de sierras eléctricas
el vigor del relámpago
el grito del relámpago
viaja en su moto por el campo de rayos
el grito de la víbora
el grito del cactus quemado
y flotante en el silencio
el perfume del lechoso atardecer
que un ganso se come rápido

La frontera de la tarde se está evaporando
como polvo sobre el lomo de la montaña.

¡Tantas uvas caben en esta boca!
Dulces, diminutas,
que un muchacho lavó
para mí.

Hollejo y retama.

¿Alguien puede acompañarme mientras balbuceo dormida,
mientras sueño que el tiempo se abre para tragarnos,
que sólo somos trapecistas entre botellas vacías?


Gabriela Bejerman publicó también:






La noche se deja caer sobre tu cabeza,
De repente te vuelves tan pequeña que cabes en tu sombrerito
Las estrellas caen blandamente sobre tus hombros
Y a través de tus ojos leo estas palabras
La melancolía ha ganado su última batalla

***

Si pudiera sumergir mi alma en el deseo
Y levantarme, tender mis brazos hasta tu estancia,
Llegaría con la noche y golpearía a tu puerta
Pero con el paso de los días encuentro que persiste
Esta corona de flores que has puesto en mis sienes



Yo viví en un documental

No son tristes los árboles en invierno

Por qué nadie me dijo
que había que ser fuerte.
Por qué siguen cayendo
agujas del cielo
para que no puedas verme.

A veces parece que nos quedamos callados,
la luz brilla más.